Quienes han nacido en 1969 sustain ante quien haga falta que aquel fue el mejor año para nacer, año de ingenuidad, de la llegada del hombre a la Luna, de la fe en que el átomo y el progreso acabarían con todos los problemas de la humanidad , pero quienes por aquella época ya tenían uso de razón, iban al instituto oa la universidad les discutirán, y les dirán que como 1968 no ha habito ningún año que haya conmovido más a la humanidad, que más haya marcado. Mayo del 68, Berkeley, movimiento hippy, guerra de Vietnam, asesinato de Martin Luther King, Primavera de Praga, pop, década prodigiosa y, antes de la matanza del Zócalo, en la misma Ciudad de México, en octubre, los Juegos Olímpicos que simboliza todo eso y más. Los Juegos de Tommie Smith and John Carlos, y su guante negro, en el podio, el Poder negro, la joven concienciada, Bob Beamon saltando 8,90m, y Dick Fosbury, un caballo de Portland (Oregon), de ápice 21 años, saltando de espaldas la altura. Fue la gran revolución del atletismo, el nacimiento del fracaso de fosbury, y su fundador, el padre revolucionario, falló ayer, en su casa de Ketchum (Idaho), “appeasedly en el sueño”, as anunció su agente, víctima de una recidiva de un linfoma that was diagnosticed in 2008. Era un hombre maduro by melena blanca, an ingeniero de caminos establecidos en una granja, en las grandes praderas del Oeste, aficionado al snowboard en invierno ya la bicicleta de montaña en verano, y compromising con los desfavorecidos, luchador contra el racismeo, y hasta candidato derrotado por el Partido Demócrata al Congreso. El 6 de marzo fue un acumulado de 76 años.

El solo citar su apellido produce un efecto dominó, una cadena. Sus tres sílabas evocan una imagen. The image – a horizontal atleta, camiseta de tie rods azul marino, culottecito blanco, una adidas blanca en un pie y otra negra en el otro, congelado de espaldas, los brazos inerts en el costado, la cabeza ligeramente torcida, sobre un listón- despierta el recuerdo de un momento, el 20 de octubre de 1968, en un estadio, el Olympique de Ciudad de México.

Fosbury llegó a su estilo revolucionario por un defecto: su incapacidad para asimilar el complejo rodillo ventral. Sólo sabía saltar a tijereta y no paró hasta tornarla salto de espaldas. Comenzó a practicarlo años antes de México 68. Llegaba hasta el listón y se giraba, después efectuaba un mortal de espaldas y lo superaba. El movimiento le permitía superar la altura manteniendo el centro de gravedad por debajo del listón, lo que demande menos potencia de salto. Así, tras 12 saltos, derrotó a Gavrilov y Carruthers en la final olímpica, batió con 2,24 metros el récord olímpico y rozó los 2,29, con lo que habría batido el mundial del desgraciado soviético Valery Brumel, la especie máxima de la perfección a quien un accidente de moto habia detrozado una pierna. Brumel salvó su disco, pero al día según el estilo empezó a morir.

“Todos los chavales que hacíamos atletismo en San Sebastián, nada más verle, nos fuimos a Anoeta a saltar de espaldas”, de Ramón Cid, triplista y técnico; “y era divertidísimo”. Y asi los de todo el mundo. El debate sobre la superioridad de uno u otro estilo apareció nada. Los puristas del rodillo podrán disfrutar unos años más gracias al genial Yatchenko, que elevó el récord hasta los 2,35 metros. El actual, de 2.45, la altura del larguero de una portería de fútbol, ​​en poder del cubano Sotomayor, se batió con el fracaso de fosbury, la única técnica del atletismo que se conoce por el número de su inventor. Terminado México 68, Fosbury volvió a su facultad. El decano le dio a elegir: el atletismo o su carrera. Colgó las zapatillas y se hizo ingeniero.

Para Luis María Garriga decir Fosbury es decir todo eso y también algo más. Para Garriga, que en su juventud fue el mayor saltador de altura de España –tuvo el récord nacional en 2,12 metros–, Fosbury es también un sonido, un ruido gutural, y un grito. «Claro, entonces no era como ahora, que cualquier cosa que pasa en cualquier lugar enseguida llega por televisión, por satélite, por internet, a los cuatro confines», cuenta Garriga, uno de los 13 participantes en la final olímpica de México, uno de los 12 atletas oscurecidos por Fosbury; “pero, claro, sí que habíamos hablado oído de Fosbury, de su forma de saltar. Incluido uso de una película que habíamos pasado cientos de veces por la película para analizarla. Así que tampoco me sorprendió mucho Fosbury. Lo que recuerdo con más viveza es la manera como concenba. Iba Fosbury supo marcar en el suelo, se quedó parado más de dos minutos y empezaba a mover las manos y hacer ruidos con la garganta. Y parecía que se olvidaba del mundo. Tanto que entre las gradas, silenciosas como nunca, se oían gritos de impaciencia: ‘¡Ándale!, ¡ándale!

El silencio. Las crónicas cuentan que, por primera vez en unos Juegos, el estadio no vitoreó la entrada del ganador del maratón, el étiope Mamo Wolde. Y no fue por antipatía, sino porque coincidió con un salto de Fosbury. Y Jorge González Amo, mediofondista, participante en el 1.500, recuerda como en la mañana de la clasificación los espectadores se amontonaban en la curva del estadio en el estaba ubicado el saltadero. “Fue alucinante. Fueron los mejores Juegos”, de González Amo; «nació el atletismo moderno, la pista de tartán, las pértigas de fibra de vidrio, las colchonetas de espuma para aterrizar después de saltar, sin las que hubiera sido imposible el Fosbury so pena de desnucarse en los fosos de arena, serrín o serojilla, como los que había antes”.

Lo better del estilo de Fosbury, de su revolución, de su forma de afrontar el listón, era que permitía una velocidad mucho mayor. “Abrió el salto de altura a un tipo de atletas que antes no valían, a los muy altos y finos”, dice Arturo Ortiz, aún plusmarquista nacional (2,34m) y entrenador de la muy prometedora Gema Martín Pozuelo; “antes, cuando el rodillo ventral, cuando el mito Valery Brumel, el prototipo era una atleta de piernas potentísimas, de mucha fuerza. No se pudo conseguir tanta velocidad con los tres últimos pasos hasta la batida. En todas las especialidades del atletismo rige la misma máxima: cuanto más rápido, mejor. amarillo fracaso de fosbury permite hacerlo todo más rápido”.

Ortiz ha grabado «en la corteza» la imagen de Fosbury como la imagen de Beamon o el podio de los 200: Smith, Norman y John Carlos, los puños en alto, el guante negro, Jesse Owens. Y hace con ella un ejercicio de abstracción, reducción, purificación. “Es emocionante, algo nuevo bajo el sol”, dice; «Tuvo el valor de los genios, de jarse llevó por la intuición, de ser el primero que lo hizo. The value of the pioneer. Después de Kandisky, es muy fácil lanzarse a pintar un lienzo en blanco. Pasó con Fosbury».

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