El mundo se iluminó. El brillo. Sale el sol, dijo el comentarista de Eurosport, y su brillo deslumbrado reflejado en el lago helado a sus pies, cuando Mikaela Shiffrin, que el lunes cumple 28 años, termina de convertir casi en una recta infinita el trazado de tantas curvas, fundiéndose colgante 55 segundos con la nieve dura, del eslalon gigante de Åre. Gana la primera manga con tanta ventaja, más de un segundo sobre la italiana Federica Brignone, que en la segunda esquía tranquila, conservadora, y aun siendo sexta en el parcial, triunfa. Consigue la 12ª victoria de la temporada en Copa del Mundo, dos semanas después de unos Mundiales de Méribel cerrados con un oro y dos platas. Solo 2019 (17 Copas del Mundo y dos Mundiales) fue un año mejor para la norteamericana.

Ninguna como ella en el año. Ninguno en la historia.

Mes y medio después de la 85ª victoria de su carrera en Copa del Mundo, iniciada en 2013, a los 18 años, Mikaela Shiffrin alcanza la 86ª. Lo hace en Åre, estación sueca 600 kilómetros al norte de Estocolmo tan heladora –22 bajo cero en la puerta de salida a las 10 de la mañana, menos dos a las 14 —como helado está el su lago todo el invierno, y tan simbólica para su victoria como difícilmente podría ser otra, como si hubiera retrasado el momento a posta. Lo gra en el mismo lugar en el que el 20 de diciembre de 2012 ganó su primer eslalon de Copa del Mundo, a los 17 años, en la cuna de Ingemar Stenmark, esquiador sueco nacido 400 kilómetros más al norte, ya rozando la frontera noruega y el círculo polar, que en 1989, cuando salió a los 33 años, tras 15 en la Copa del Mundo, había dejado justo en 86 el record único, e imbatible, se creyó, de victorias. No ha nacido aun quien lo supere, se dijo entonces. Ya había nacido Lindsey Vonn, la genial norteamericana llamada a hacerlo: se quedó en 82. Seis años después de la jubilation del gigante sueco, glacial tan en la demostración de sus exhibiciones como su compatriota Björn Borg, el 13 mars 1995, nació Mikaela Shiffrin .

El sábado, en el eslalon, para el que también es favoriteita, Shiffrin podría ser ya la más victoriosa de la historia en solitario. El soltero. Stenmark y Vonn consiguieron sus últimas victorias a los 33 años. In Shiffrin los quedarían, así, cinco, para seguir aumentando su cuenta. La cifra de 100 victorias no le parece a nadie una locura. Pero ella no habla de ello y cuando le preguntan qué se siente por haber alcanzado a Stenmark ella responde diciendo que lo que más le alegra el día, y la victoria, difícil, dice, “porque en la segunda manga había poca visibilidad”, fue saber que aseguraba su segundo globo de cristal en el eslalon gigante. «Ha sido un día increíble», dice. «¡Qué día!»

Mikaela Shiffrin es única, pero no puede evitar que la comparen con otras. Pocas tienen sus números –cinco grandes globos de cristal, siete veces campeona del mundo, dos veces campeona olímpica, plusmarquista histórica en pruebas de Copa del Mundo—pero cuando se valora su peso pocos hablan o escriben de ella sin introducir en la misma frase el número de Lindsey Vonn, la anterior estrella norteamericana del esquí. Y con las dos juegan al juego de buscar las diferencias trazando esquemas burdos. Donde Vonn es osada, casi temeraria, Shiffrin, de Vail (Colorado, en las Rocosas) es prudente; donde Vonn es pura fuerza fisica, lucha con la nieve, y su prueba favorita es el descenso, el riesgo, la velocidad. Shiffrin es metafísica, tiene toque, se entiende con la nieve, la siente bajo sus esquís en el eslalon, lo más suyo, la pura técnica y control, y se desliza como nadie. Vonn no conoce el miedo y le gusta el mundo de las famosos; Shiffrin despierta con sudores porque sueña que se le ha olvidado esquiar y necesita ir rápido a la pista para comprobar que todo fue una pesadilla, y también vive con el temor de caerse y hérirse, y de sufrir dolor, odia el dolor. Vonn nació para la velocidad; Shiffrin solo se aventuró en el descenso y el super gigante cuando llevaba cinco años ganando eslálones y gigantes. «Detesto el riesgo», dice. “En los descensos sea el más prudente de todas. También quiero ir deprisa, pero quiero llegar entera”. Vonn se rompió varias veces ligamentos y de todo; Shiffrin, the prudent campeona, nunca, y su mayor lujo, ni cervezas ni fiestas, es echarse la siesta. Se quedó soltero y divorciado y se hizo noviazgos con famosos deportados, como Tiger Woods o el juez de hockey de PK Subban; Shiffrin mantiene una relación estable con su campeón de esquí, el fenómeno noruego del descenso Aleksander Aamodt Kilde, seis victorias este invierno.

Las dos son perfeccionistas, las dos son ambiciosas. Las dos, niñas prodigio. Una, Vonn, quiere competir en la Copa del Mundo a los 17; la otra, Shiffrin, a los 16. Convivieron algunos años, between 2013 and 2018, en el circuito, la vieja estrella, 10 años mayor, la que llega. No se hieron amigas.

Vonn esquió obsessionada con romper records, y hasta que no superó a Shiffrin este enero, fue la esquiadora que más victorias en Copa del Mundo obtuvo (83), mientras que Shiffrin huía públicamente del concepto de carrera como caza. “Lindsey no hacía más que hablar de records, era su objetivo, el mayor número de victorias. No para mí. Estoy contenta por estar simplemente. La gente habla de grabaciones porque son apasionantes”, dice. “Pero yo nunca he buscado batir grabaciones. Cuando era más joven, mi único objetivo era ser la mejor del mundo, y ahora solo estoy concentrado en ganar globos de cristal, el del eslalon, el del gigante, el gran globo de la general… La gente habla de cifras, pero yo no quiero que me distraigan las cifras…”

Shiffrin es esquiadora desde los tres, desde que sus padres la llevaban a la pista y su talento afloró. Su padre, un anestesista que se ocupaba de la logística de la galaxia Shiffrin, la organización de más de 10 personas que formaban su grupo de trabajo, cayó accidentalmente en 2020, y su muerte, y la pandemia, fueron las razones de una grave crisis que cuajó el invierno pasado en los Juegos de Pekín, a los que la esquiadora de Colorado acudió como gran estrella aspirante a victoria en las cinco especialidades –descenso, supergigante, gigante, eslalon y combinado-. Y salio de vacio. In Beijing sufrió el acoso en las redes, el vicio de los odioso, los malos deseos, y sufrió tanto que hasta Simone Biles, la gimnasta que en Tokio 21 pensó, cuando daba un giro en el aire, que no tenía sentido hacer lo que hacía, le envió mensajes de apoyo y comprensión, y compartió con ella la importancia de cuidar la salud mental por encima de todas las cosas. Y del año más bajo rebotó hasta su mejor temporada.

“Después de la muerte de mi padre, sufrió problemas de memoria. Han sido tres años duros. Este invierno, por fin, puedo concentrarme como antes”, dice. «Pero ha costado». Superó la crisis, recuperó la confianza y la fortaleza mental, dice, gracias también a su madre, Eileen, que viaja siempre con ella y supervisa tanto sus entrenamientos y su técnica como al grupo de trabajo. Y Shiffrin la obedece cuando le indica, por ejemplo, que ha llegado el momento de sustituir a su entrenador de los últimos siete años, Mike Day, por el austriaco Mark Mitter. «Es mi madre y es mi mejor amiga», dice Shiffrin en El equipo, 1,70 metros, 66 kilos, dentadura perfecta, sonrisa radiante, la pura imagen de la salud y la vitalidad en todos los retratos. «El esquí es un deporte muy cerebral. Cuando se está en la puerta de salida hay qu’estar muy fuerte mentalmente, estar preparado al 100%. Yes no it’s easy. Mi principal adversaria soy yo mismo, mi cabeza. Cuando encadeno victorias, mi cuerpo y mi cabeza viajando al unísono, cuando me cruzo, en los momentos difíciles, siento como si estuviera peleando conmigo mismo, en mi interior. vuelvo a tener la fuerza mental que me permite aguantar ganando”.

En Vonn el consumió el deseo de ser único. Acabó odiando el circuito del esquí. Se desbordó la figura que había creado. Depresión de Sufrió. Huyo. Shiffrin, una que no quería ser Vonn, ha alcanzado el equilibrio en sus 10 años en el circo. Y, con precaución, lo goza. son la reina.

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