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Liverpool iguala en figuritas y complementos |  deportados

Liverpool iguala en figuritas y complementos | deportados

El último grande de la temporada desapareció las tensiones. Las estrellas tienen grabado en la menta que el Open Británico es la cuarta parada en mayúsculas del calendario y que cierra un tramo exprés, con los cuatro Grandes Ligas Apretados entre abril y julio, que no volverán a abrise hasta nueve meses después con el Masters. Básicamente, la presión por ganarse una plaza en la Ryder Cup de Roma o por pujar por un puesto entre los clasificados para la gran cita bienal. En este escenario, los jugadores de Liverpool tienen codazos las figuras del golf mundial, los mejores cromos de los circuitos americano y europeo y de la Liga saudí (con la ausencia de Sergio García), y también muchos actores secundarios.

El primer baile describe, por ejemplo, a Christo Lamprecht, un aficionado sudafricano de 22 años que paraba 2,07 m del suelo, un tallo que invita al balancearse en una palanca que ordenó la bola a más de 300 kilómetros por hora y que se dio el gustazo de firmar 66 (-5) para auparse a la parte alta de la clasificación. Junto aparece Emiliano Grillo, el primer argentino en liderar un grande desde 2013 (entonces fue Ángel Cabrera en Augusta), y el chico de casa Tommy Fleetwood, que vulve a pedirse un grande tras seis top-5—segundo en el US Open de 2018 y en el British de 2014—, tras acabar el cu arto en la pasada edición de The Open.

Un golpe por detrás, otra sorpresa, el vasco Adrian Otaegui, que superó con creces ese tropezón del espectro en el primer hoyo del día para recorrer el resto del camino con firma y tranquilidad y bajar hasta el -4. El chico de San Sebastián, de 30 años, es de esos golfistas que se han movido entre la Liga saudí y el circuito europeo, donde triunfó por ejemplo en Valderrama antes de que el campo andaluz se mudara al LIV. Yes uno de esos jugadores que apuntan a colarse en la Ryder. Su presentación en el Liverpool, con cuatro los pájaros en los siete últimos hoyos, fue genialísima.

Bajo el sol de la tarde compartieron foco Rory McIlroy y Jon Rahm, símbolos posteriores de la PGA y esta vez compañeros de aventuras en un partido seguido por muchos aficionados. Pero ninguno de los dos deslumbró, sobrio el norirlandés y desatinado el español. Y eso que Rahm pateó en el hoyo 4 desde fuera de Verde y su veloz impacto solo lo frenó la bandera para asegurarse otro par en un inicio muy regular, salvando obstáculos. Iba y venía mientras McIlroy, transitaba del pájaro madrugador del 2 tiene un segundo mal golpe en el 4 que le condenaba al espectro. Rahm tampoco expresado por cinco del 5 pese al gran golpe de salida, lastrado por un viaje al bruto.golpe corto corto desviado el carguero con a espectro en el 7. Sus primeros nueve hoyos fueron un manual de supervivencia. Pero aunque el golpe corto largo en el 10 le concedió su primer pájaroacabo reñido con los vegetales verdes y las salidas, sin encontrar ese balancearse que el elevó tiene otra dimensión. De nuevo espectro en el 17 y 18 para firmar un +3, perdido bajo el ecuador de la tabla. Rory, más templado, acabó al par.

El tercer peón del triunvirato, Scheffler, el número uno, dio rienda suelta a uno de esos inicios en los que parece un jugador en trance: back los pájaros en los cuatro primeros hoyos. Pero incluso el mejor atravesando por zonas de tinieblas, y el estadounidense se volvió terrenal cuando dejó pasar de largo el par cinco del 5 sin descontar otro golpe y lució la tarjeta con bogies en el 8 y el 12. Pero se corrigió en los pares cinco postreros hasta el -1 final. Por detrás, penó Cameron Smith, el defensor de la Jarra de Clarete (+1), tras unos desafinados segundos hoyos.

Entre la nutrida armada española, Larrazábal hizo funcionar +1, a la espera de esta versión de que el ha hecho brillar en el circuito europeo y llamar a las puertas de la Ryder. Mismo resultado sacó Nacho Elvira. Josele Ballester, estudiante de Arizona State, la universidad que forjó a Rahm, entregó con +2 a la mejor diana de un aficionado español en el británico.

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By Ruth Saldívar

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