En esto, Carlos Alcaraz no es extremadamente original. Como la inmensa mayoría de los tenistas, cuando era pequeño y empezaba a pelotear, el murciano soñaba con triunfar algún día en Wimbledon, el templo de los templos de la raqueta, objetivo onírico que ahora queda a expensas únicamente de un último golpe de riñón. Entre él y la gloria, a matiz nada menor: Novak Djokovic. Y la vía elegida por el número uno para hacer realidad ese antiguo pensamiento infantil está clara: el modo zen. Es una final (15.00, #Vamos) dentro de dos cabezas. La mente privilegiada del consumado estratega serbio, rey de la zona límite, el eterno hostigador, y el todavía verde compartimiento psicológico del español, aún advenedizo pese a que esté quemando etapas a una velocidad inusitada. En pleno proceso de aprendizaje, construcción, análisis de la sucesora del 9 de junio en la Philippe Chatrier, cuando la situación (Nole) el vino demasiado grande y proyectaba el plan.
«Creo que aprendí de ello. Va a ser una especia de lucha personal, en el sentido de no querer que precedan lo mismo, de hacer las cosas mejor para que no vuelva a suceder», presente el joven rey del circuito, superado por las circunstancias y el abrasador uso del balcanico hace poco más de un mes, durante la semifinal de Roland Garros. el boceto acordado por él y su equipo: un poco de gimnasio, un paseo por el bucólico parque del distrito SW19 , sleep well, distraerse con sus allegados y, en la medida de lo posible, móvil fuera.
Te lo cuenta Alejandro Ciriza. Puedes leer el artículo completo en este enlace.