Cada jornada es un mundo en el fútbol, ​​pero algunas son especialmente sustanciales. Con 12 partidos por delante, el Barça es campeón en el pecho No se discute, no se escucha el liga de heno por ninguna parte. Venció al Real Madrid abrió una brecha de 12 puntos, diferencia que nunca revirtió. El Valencia, que a estas alturas de 2004 aparecía en segunda posición, en siete puntos del Madrid, subió y se proclamó campeón. Es el mayor margen remontado hasta ahora.

Estamos ante una de las temporadas más sorprendentes de la historia, tanto por la luz que arrojan los datos como por los protagonistas de la película. Produce vertigo hablar a mediados de marzo del ganador del campeonato, que termina dentro de dos meses y medio, el 4 de junio. En este siglo ya estas alturas de la Liga, no se advierte distancia alguna entre las zagueras clasificadas. Es un oceano en toda regla.

Se podría pensar, por tanto, en un líder de época, de equipo de magnitud histórica, de los que no dejan ni una miga en la mesa, pero cuesta referirse en estos términos al Barça actual, eliminado en la primera fase de la Liga de Campeones y en el ingreso a la Europa League, sometido a toda clase de miserias, de las deportivas a las institucionales. Una de ellas, el Caso Negreiraya pesa como un elefante sobre el club.

La realidad se impone, pesa a todo. El vulnerable Barça que patinó repetidas veces en Europa, encabeza La Liga con unos números prodigiosos. Con la proyección de su promedio de puntos (2,61 por partido), alcanzaría una cifra final de 99,5, borderera que sólo ha superado una vez en su historia. En el tiempo 2012-2013, dirigida por Tito Vilanova, sumó 100 puntos. Era el Barça imperial de Messi, Iniesta y Xavi, nada menos. Nadie se atrevió a comparar esta edición del equipo con aquella, pero el merito no se discute. Al fin y al cabo, su lejano perseguidor es nada menos que el campeón de Europa, decidió conservar la corona por lo que vimos en Anfield. Mientras vive en el Camp Nou, el Madrid es un equipo atascado, tiene un complejo proceso de transición generacional y empeñado en un clamoroso caso de monocultivo. Su dependencia de Vinicius se ha vuelto adictiva.

La victoria del Barça arrojó una lectura novedosa, quizás decisiva para restaurar el empaque perdido. Por primera vez en años, el Barça ganó el partido que obligatoriamente tenía que ganar. Ni una final de Supercopa, ni una Copa, ni un buen encuentro cualquiera, sino el partido con mayúsculas. Su aparatoso derrumbe se explica por menos por la incapacidad de conseguir los grandes títulos como por sus repetidas hecatombes, un historial de destrozos marcados por escenarios (Olympico de Roma, Da Luz, Anfield, Allianz Arena, San Siro, Old Trafford) y rivales: Roma, Liverpool, Bayern, Benfica, Inter y Manchester United.

El equipo que solía ganar casi todo se acostumbró a perder, por lo general donde más evidente se percibía la decadencia. No se permitió una nueva tragedia en esta ocasión. El partido midió más su espíritu que su juego. Gracias por la victoria porque le urgió más que al indolente y plano Madrid de la primera hora. Rechazó el desánimo del temprano autogol remontado y, inexistente dato de carácter en las últimas temporadas del Barça. Non deslumbró, cometió errores y en los últimos minutos se enredó en un plan que benefició al Real Madrid, pero sus virtudes fueron superiores a sus defectos. Se enfrentó al Madrid hay un dilema: La Liga o el drama. El Barça despachó sus fantasmas y agarró la Liga.

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