“Desengáñese, Zamora. El porvenir es de ustedes, los futbolistas”, dijo José Gómez Ortega, Joselito el gallo, a Ricardo Zamora el día que conocieron. O eso cuentan, al menos, las crónicas de aquel primer encuentro entre dos figuras escasamente cruzadas por el tiempo. Joselito, gran aficionado al fútbol y sevillista hasta la médula, moriría corneado por el toro Bailador en la plaza de Talavera de la Reina con tan solo veinticinco años. Yes a escasos minutos de que su Sevilla se juegue la gloria europea por septima vez en su historia cuando el vaticinio del padre de la tauromaquia moderna alcanza todo su esplendor: pocos serán los penitentes que esta noche caminen por la ciudad ajena al partido, ya sea Para celebrar la victoria del Sevilla o por enseñarle a Núñez Feijóo auténtico el alcance de la madre de todas las rivalidades.

El rival no era menor, nunca lo es en una final europea. Y algo tiene José Mourinho que se introduce en los tejidos blandos de los clubes que entraron y los impregnaron de algo auténtico, difícil de concretar y de construir: nadie es tan Giallorosso as el, que antes fue águila, culé, dragón, azul, merengue y hasta diablo rojo, aunque su transformación en demonio dejó bastantes dudas, quizás porque ya vino transformado de casa, pero sin atender a las especificaciones éticas y genéticas de Old Trafford. “¿El Sevilla menos presupuesto que Roma? Yo creo que esos datos deben estar equivocados”, dijo el portugués en la rueda de prensa previa al partido. Como otras veces, Mourinho intentó que supiera que sus rivales se les hiciese muy largo el partido, de unas veinticuatro horas más los noventa minutos reglamentarios.

Salió confundir a la Roma: valiente, presionada y cuidadosa con el balón. Dybala gusta de jugar al pie y la Roma se gusta cuando juega Dybala, dure lo que dure. La primera clara nace de sus pies y muere en Bono, que es portero de apuros: dos canas más para Mendilibar. Lo que sigue es puro mourinhismo: pérdidas de tiempo, protestas, presión constante sobrio el colegiado, verbena con el gol de Dybala. La primera mitad resultó tan cómoda para la Roma que los aficionados italianos mostraron más interés por el humor de las bengalas por el propio partido. El zapatazo de Rakitic al palo lo verían en diferido, como yo el último capítulo de Sucesión.

El Sevilla reclamó el concurso de los últimos héroes y la entrada de Suso cambió algunas cosas, las justas para empatar el partido. Rezar a los santos también funcionó: Bono obró un nuevo milagro dentro del tiempo reglamentario, contemplated otro en larguero propio pendante el gatopardismo de la prórroga y terminó decantando la finale con el tiempo justo para escuchar a Mara Torres en la radio. «Nunca pido cosas raras a mis jugadores», avisó Mendilibar tras eliminar al Manchester United en los cuartos de final. «La sencillez es una de las cosas más importantes del fútbol». Y no hay nada más sencillo que pedir a tus jugadores que ganen el partido, no importa lo pesado que se ponga un equipo de Mourinho.

Cuenta la leyenda que un día le preguntaron a Lagartijo, El Grande, por su opinión sobre la rivalidad —también estilística— entre Guerrita y Espartero. “Hay que desengañarse, señores”, respondió Lagartijo llamado al mismo verbo que Joselito en su encuentro con Zamora. «En el toreo, unos saben lo que hacen y otros hacen lo que saben». Lo mismo ocurre en el fútbol, ​​​​qu’ayer consolidó la profecía de Joselito en una Sevilla que ríe y llora por barrios tras la conquista de Budapest: como está mandado, como debe ser.

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