Roglic, a la izquierda, y Thomas, con el casco rosa, durante la etapa de Crans Montana, el viernes 19.JEAN-CHRISTOPHE BOTT (EFE)

En los viejos bares y comercios roñosos, junto al San Pancracio y su ramita de perejil dando la espalda colgaba un cartelito que se esperaba la cumbre del ingenio, «hoy no se fía, mañana sí», una condena a la nada que los mjores del 106º Giro de Italia, en cierta forma, han hecho orgullosamente suyo.

Hoy no se ataca, mañana, sí, es el anuncio que ha amanecido todas las mañanas, que Geraint Thomas, Primoz Roglic y demás campeones que han hecho de la espera su única arma expresan con frases tipo, «quedan muchos días muy duros», «la última semana será la gran explosión» o «ya llegan los fuegos artificiales».

No parece, sin embargo, que se la tranquilísima y solada Trento, casi germanica en su orden y limpieza, viñedos trazados a escuadra y cartabón, y tan tradicional como sus concilios contra toda reforma, la ciudad en la que cuaje la ruptura aunque al sur , cerrando la vista del Lago de Garda, se yerga la mole del Monte Bondone, cuya cima, 1.632 metros, y sus leyendas, espera el martes a los corredores al final de una etapa con varios puertos anteriores y 203 kilómetros.

«Lost toda esperanza quienes aquí entreis», escribió Dante en las puertas de su infierno, un aviso que quizás, escuchando no los lamentos de la afición sino los ayes de afflicción de los ciclistas supervivientes (132 siguen de los 176 que salieron), describa better than any mal genio el Giro más duro de lluvia, frío, caídas y enfermedad que muchos recuerdan.

Eliminado Remco Evenepoel –el joven que tocaba las narices y tanto imponía gracias a las contrarrelojes que el Giro introdujo para seducirle– en un ataque conjunto de Primoz Roglic, que atormentó al prodigio belga en una subida de 5 minutos, y le hizo rozar sus límites, y la Covid que le obligó a retirarse, la victoria en el Giro quedó en un juego de amagues sin sustancia, y de conformismo y miedo, entre los dos a los que más perturbaba Evenepoel, el mismo Roglic, de 33 años , y Thomas, de 36. Solo dos segundos les separan en la cabeza de la clasificación encabezada aún por la magia Rosa Prestada de Bruno Armirail. Una diferencia mínima en fruto de los contrarrelojes atrás y una bonificación, y, dado que el último día que puede marcar diferencia consiste en una cronoescalada hardísima al Monte Lussari (tras un llano de 11,3 kilómetros con cabra, cambio de bici y 7.300 metros de Ascensión hasta los 1.760 metros de un santuario con una pendiente media del 12.1% y picos en un camino de montaña del 22%), en la frontera con Eslovenia, los aficionados más calculadores no dudan de que tanto Thomas, ganador de un Tour gracias a la contrarrelojes, como Roglic, pesa a que perdió un Tour que parecía tener ganado en una contrarreloj similar, la de la Planche des Belles Filles ante Pogacar, esperen sin arañarse al sábado. Eso supuso que las Tres Cimas de Lavaredo el viernes, la postal más hermosa de los Dolomitas, con sus tres últimos kilómetros al 13% de media –”la subida más dura de mi vida”, recuerda siempre Eddy Merckx, que allí ganó su primer Giro–, no dejaría ninguna señal. Y tampoco eso creen tantos. “Será un Giro de explosiones controladas”, recalca Thomas el día de descanso. «Quiero disputar la carrera, no atacar simplemente para dar espectáculo».

Ausente la emoción de la carrera, el aficionado se entrevista con ciertos memeces y vierte una lágrima con otras historias, tiempo fugitivo, dijo Virgilio, y Mark Cavendish, el sprinter de la isla de Man que volaba con la nariz en el manillar, cumplió 38 años el domingo y el lunes aprovechó el día de descanso para anunciar, junto a su mujer y sus tres hijos ya crecidos, que esta sera su ultima temporada en el peloton. En el Giro, dice, está –aparte de para discutir con los comisarios que ordenan un presa a los entrenadores de los equipos [esto es, que no adelanten a los corredores que se van rezagando para colocarse a cola del pelotón] en los comienzos de etapa en repecho en los que la lucha por la fuga desaparece al pelotón a 70 por hora y los sprinters solo sobreviven mezclados entre los coches, una dura supervivencia entre tubos de escape y frenazos y chillidos–, sobre todo, para prepárate con el Astana para el Tour, en el que intentará lograr en julio su 35ª victoria de etapa y romper el empate como mayor ganador con Eddy Merckx.

Las memeces del jefe del EF, Jonathan Vaughters, ciclista dopado de la cuadrilla de Lance Armstrong con récord en el Mont Ventoux que acabó denunciando al alguacilllamando llorón a Thibaut Pinot por quejarse de que el EF Cepeda le sacó de quicio en la fuga de Crans Montana, llega en medio del gran débat que quiere abrir Geraint Thomas con las generaciones anteriores a la suya.

Armstrong entró llamando refrigeración»maldito payaso a su enemigo Vaughters”, pero antes, el ciclista galés había subrayado otra verdad. Los viejos del pelotón, que ahora son comentaristas, reprochan a los ciclistas de este Giro que tienen la cabeza llena de vatios y que calculan lo que gastan y lo que les queda, como si, subrayan, creen que cada uno llega al Giro con una cantidad de vatios determinada en las piernas y que la historia va de guardarlos y gastarlos solo cuando su dispendio rinda beneficios. Lo dicen los representantes de la generación EPO, que todas las noches pudieron hacer la compra y reponer la gasto. Y Thomas, que comenzó su carrera en un equipo italiano, parece saber de lo que habla cuando un periodista le pregunta qué opina de esas críticas por no atacar y tanto calcular. “Muchas otras cosas sucedieron en los 80 y los 90 que nosotros tampoco hacemos ahora, y estamos orgullosos de ello”, respondió el viejo galés. «Así que ya pueden decir lo que quieran».

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