Desde hace semanas, cuando se pregunta por WhatsApp a un gazatí qué comió en la víspera, no hace falta especificar si en el desayuno, comida o cena porque, en el mejor de los casos, fue su única comida del día. En el peor se encuentra medio millón de personas a las que Naciones Unidas sitúa ya en la más grave de las cinco fases en que se clasifican las crisis alimentarias, es decir, con riesgo alto de morir de inanición. Más del 80% de las personas en el mundo en esta fase ―considerada “catastrófica”― malvive ahora mismo en Gaza. Sobre todo en el norte, donde la falta de harina está llevando a algunas familias a preparar el pan de pita con el pienso molido que daban los animales y el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) ha dejado de introducir ayuda humanitaria, después de que una muchedumbre hambrienta asaltase los camiones la semana pasada.
“En Gaza, simplemente, no hay suficiente comida para todos. Cuando el destino quiere y consigo, es una vez al día. Otros días, no encuentro, o es demasiado cara y no puedo pagarla”, resume en un intercambio de mensajes Tamer Ashraf, de 20 años y que, como muchos otros cientos de miles, escapó del norte de Gaza a la ciudad de Jan Yunis y después, de nuevo por orden del ejército israelí, a Rafah, donde más de la mitad de los 2,3 millones de gazatíes esperan un nuevo y anunciado desplazamiento forzoso de cara a la invasión de la zona.
Toda Gaza pasa hoy hambre, en mayor o menor medida. Un 64% come solo una vez al día y un 95% raciona las porciones o pone de menos a los adultos para que no le falte a los niños, según datos de Naciones Unidas. En el norte, los cientos de miles de personas que se calcula que quedan cumplen al menos uno de los tres indicadores que señalan hambruna y están de camino a los otros dos, según el Comité de Revisión de la Hambruna, el equipo internacional de expertos en seguridad alimentaria y nutrición que analiza los datos. Los chequeos de nutrición en refugios y centros de salud allí revelan que el 15,6% de los bebés menores de dos años están gravemente desnutridos. Antes de la guerra, prácticamente ninguno. Un 3% de ellos padece el tipo de desnutrición más severa: perecerán si no reciben ayuda urgente.
Los datos se plasman en imágenes que pueden verse a diario en televisión y redes sociales: las peleas por una ración cuando se reparte comida, las colas de adultos y niños extendiendo el plato o cualquier recipiente de plástico, los saqueos de ayuda humanitaria, los precios prohibitivos en el mercado negro, la felicidad para el que se puede permitir comer shawarma (sándwich de carne) por primera vez en más de cuatro meses de guerra…
El PMA describe así sus dos últimos intentos de entrega, que le llevaron a suspenderlos: “El domingo [18 de febrero], de camino a Ciudad de Gaza, el convoy fue rodeado por una multitud de personas hambrientas cerca del puesto de control militar de Wadi Gaza. Primero esquivando numerosos intentos de la gente por subirse a bordo de los camiones, luego recibiendo disparos al entrar en la ciudad, el equipo fue capaz de distribuir una pequeña cantidad de alimentos en el camino. El lunes, un segundo convoy al norte se enfrentó a un caos y violencia completos a causa del colapso del orden público. Varios camiones fueron saqueados entre Jan Yunis y Deir al Balah [en el centro y sur] y un conductor fue agredido. La harina que quedaba en los camiones fue distribuida de manera espontánea en Ciudad de Gaza en medio de una gran tensión y enfado”. La agencia habla de “niveles de desesperación sin precedentes”. Apenas entra ayuda en los últimos días y la policía del Gobierno de Hamás, que mantiene el control en Rafah, rechaza escoltar los camiones que la transportan porque Israel bombardea a los agentes, explicaba el pasado día 9 el máximo responsable de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), Philippe Lazzarini, en un encuentro con periodistas en la sede en Jerusalén.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
“Aquí llega muy poca ayuda y hay muy poca cantidad de comida disponible”, cuenta por mensajes de WhatsApp Yahia Sarray, el alcalde de la capital de Gaza. “La gente pasa hambre y no puede encontrar cosas básicas, especialmente para los niños y los bebés. Muchos solo hacen una comida pequeña al día. Van buscando por cualquier lado cualquier cosa que se pueda comer. A veces arriesgan sus vidas yendo a sitios muy peligrosos con la esperanza de conseguir algo comestible. Lo que más nos falta es pan y harina”, resume.
Jeremy Konyndyk, presidente de Refugees International, ONG estadounidense dedicada a apoyar a desplazados, refugiados y apátridas, advertía este martes en una videoconferencia que “nada puede impedir una hambruna en Gaza” sin un cambio de trayectoria. “Si no se permite una operación humanitaria sin cortapisas a lo largo y ancho de Gaza, la habrá. Y no será por fenómenos naturales, sino por la forma en la que se está llevando esta guerra y las negativas persistentes e intencionadas de acceso humanitario, principalmente por Israel […] que solo ha permitido una de cada cinco peticiones de movimiento en el norte”.
Usar la comida como arma
En octubre, poco después del inicio de la guerra, el ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, anunció un “cerco completo” a Gaza de comida, agua, electricidad y combustible. “Combatimos a animales humanos, así que nos comportaremos como tales”, señaló. Presionado por sus aliados, permitió el ingreso desde Egipto (no es su frontera, pero precisa de facto su luz verde) de parte de ayuda humanitaria. Algunos días entran menos de un centenar de camiones, por 500 antes de la guerra, cuando funcionaban además las granjas e industrias. En las últimas semanas, además, grupos de ultranacionalistas tratan a diario (y en ocasiones lo consiguen) de frenarlos. El ejército israelí ha bombardeado depósitos de comida, molinos y panaderías (funcionan 15 de las casi 100 que había). Ocho relatores de la ONU acusaron el pasado día 16 a Israel de “destruir el sistema de alimentos de Gaza y usar la comida como arma contra la población palestina”. Dos días antes, 15 ONG ―como Acción contra el Hambre, ActionAid, Plan International o Save the Children― recordaron que la resolución 2417 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condena el empleo del hambre en civiles como estrategia de guerra.
La ayuda humanitaria está básicamente limitada desde hace semanas al sur, donde se concentra la gran mayoría de la población, cientos de miles de ellos en tiendas de campaña normales o improvisadas. Son sobre todo botellas de agua, harina, leche para bebés, garbanzos, arroz, aceite de cocina, azúcar, carne enlatada…
En el mercado se compran productos frescos o envasados, algunos de ellos almacenados de antes de la guerra. Son pocos y mucha la necesidad, así que ahora cuestan hasta 10 veces más. Un kilo de patatas llega a los 14 shéqueles (3,5 euros, siete veces más) y un saco de harina, a los 500 (10 veces más). En las calles de Rafah, las chocolatinas que antes se conseguían por uno o dos shéqueles están a 12 o 13. “A veces compramos lo más barato que hay en el mercado porque los precios han subido de forma extremadamente exagerada. El kilo de azúcar puede costar 20 veces más. Otras comemos lo que recibimos de la ayuda humanitaria. Comemos una o dos veces al día para ahorrar dinero porque no siempre hay alimentos en el mercado y los precios cambian todos los días”, cuenta Asma, una joven de la capital desplazada en Rafah.
En Rafah se concentra la labor de las organismos internacionales y ONG, por lo que la situación es menos trágica, aunque un 5% de los niños menores de dos años ha dado desnutrición aguda en los exámenes, según datos de la ONU. Marina Pomares regresó el pasado 13 de febrero después de trabajar un mes en Rafah como coordinadora médica del proyecto de Médicos sin Fronteras España. Cuenta que no vio cifras de desnutrición “alarmantes”, por tratarse de la zona con más acceso a comida, pero sí a madres incapaces de amamantar a sus hijos, por no poder producir leche. También tuvo que dar soluciones nutricionales de emergencia a colectivos vulnerables, como los menores de cinco años, embarazadas y lactantes. “Presentan un patrón muy similar: la falta de comida. Suelen consumir mucha legumbre, hidratos, harina, alimentos no perecederos… Lo que más les falta son proteínas”, indica. La carne, por ejemplo, es un lujo en la Gaza posterior al 7 de octubre, el día en que el ataque de Hamás desencadenó la invasión israelí que ha matado a unas 30.000 personas, en su mayoría mujeres y menores de edad, y convertido buena parte de los edificios en escombros.
El Gobierno de Israel asegura que Hamás roba hasta el 60% de la ayuda humanitaria (algo de lo que Naciones Unidas no tiene constancia) y culpa a los problemas de distribución. “El cuello de botella no está en nuestra parte”, ha asegurado el responsable militar de coordinación para Gaza, Moshe Tetro. La repetición de la idea en los medios israelíes ―junto con la popularidad del discurso de que los civiles son también culpables de una u otra forma del ataque del 7 de octubre― ha impulsado un estado de ánimo favorable a limitar aún más la ayuda, en parte para forzar a Hamás a entregar a los rehenes que capturó aquel día. En su última encuesta, publicada el pasado martes, el centro de análisis Instituto Israelí para la Democracia preguntó: “¿Apoyas o te opones a que Israel permita la entrega de ayuda humanitaria a los residentes de Gaza, con la entrega de alimentos y medicinas a organizaciones internacionales no vinculadas a Hamás o a la UNRWA? Un 68% de la población judía se declaró en contra, incluido un 31% de la que se define de izquierdas.
Konyndyk, que dirigió la división humanitaria de USAID, la agencia de cooperación al desarrollo del Gobierno de Estados Unidos, insiste en una idea: no hay que inventar la rueda para evitar una hambruna. “La forma de hacerlo es conocida y se ha aplicado en otros lugares: un inmenso flujo de comida”, tanto en el ámbito humanitario como en el más importante, el comercial. “Y ambos están bloqueados ahora mismo en Gaza”, lamenta.
El principal problema, subraya, es que “resulta completamente imposible aportar una respuesta adecuada en las actuales circunstancias y seguirá siéndolo sin un alto el fuego”. Y recuerda dos elementos. Uno, que los datos no están mostrando el exceso de mortalidad típico de una hambruna, pero se desconoce la suerte de una gran mayoría de personas que no acude a los hospitales, sobre todo en el norte. Otra, que en una hambruna el grueso no muere de hambre, sino por enfermedades, y hoy en Gaza solo funcionan cinco de los 35 hospitales y un 70% de los niños padece diarrea. “Si hubiese un brote de cólera ahora mismo, se extendería como la pólvora”, concluye.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_